El reloj marcaba las ocho cuando llegué a casa.
La verdad es que me hubiera gustado no encontrar a nadie en ella, pero allí estaba mi familia, esperando a que llegara para empezar a preparar la cena.
Me quedé pensando: «¿Por qué tengo que hacerlo yo? Ellas y él están en casa y yo desde que entro tengo que encargarme de todo.
Pero lejos de enfadarme y discutir por la situación, que no iba a llevar a ninguna parte, me puse cómoda y empecé a cocinar para todos.
Me molestaba que me exigieran, que me dijeran que lo tenía que hacer, que no lo pidieran gentilmente; no, todo eran quejas, y yo, callaba.
Al llegar la noche, me dispuse a acostarme para dormir, había sido un día muy ajetreado y no me apetecía compartir con nadie.
Cuando ya estaba en el dormitorio, sentí unos ojos que me miraban y eso me hizo sentir escalofríos. Si bien hacia fresco no era lo que me puso la piel de gallina sino más bien esa sensación de observada y lo que era peor, juzgada.
Esos ojos me acompañaron durante un buen rato, los sentía peligrosos, llenos de odio, de malestar.
Un escalofrió recorrió de nuevo mi cuerpo y me tapé aun más, hasta la cabeza, cerré mis ojos fuertemente y me imaginé una puerta cerrada donde nadie podía entrar ni tan siquiera mis pensamientos y mis emociones. Era la forma que tenia de aislarme de aquello que me producía dolor.
Lo último que recuerdo fue que dije: ¿Será cosa mia?
No sé exactamente qué hora era, pero al despertar vi que estaba amaneciendo y de repente oí un golpe seco y muy fuerte. Eran esos ojos de nuevo, pero ahora tenían rostro, un rostro que se me hacia familiar. Sentí miedo de nuevo. Pero me tranquilizaron las voces que provenían de la cocina, mi familia ya se había levantado.
Me dirigí a la cocina y me preparé una infusión; no me gustaba tomar café, porque lejos de animarme para afrontar el día, me ponía en alerta durante varias horas del día.
Así transcurrieron los días, y mi humor desde luego se volvió agresivo, irónico, con ganas de pelear por todo en la casa. Fuera, en la calle, y en mi relación con la gente, todo era diferente, pues no mostraba mis emociones más tristes, solo dejaba aflorar lo positivo.
En casa, me miraban raro, parecía que me había transformado, que no era yo, y yo les gritaba que no me pasaba nada, que eran imaginaciones suyas, y que se miraran ellas, que quizá así pudieran encontrar la respuesta.
Mi ánimo cambio para peor; dejé de comer, y lo que es más extraño, esos ojos que antes me miraban ahora me miraban con lastima y pena.
En el trabajo alguien habló de que iba a sesiones con un profesional y que la estaba ayudando. Yo quería preguntar pero no me atrevía.
En mi cabeza quería investigar y saber qué hacía en las sesiones y por qué se la veía tan bien a mi compañera desde hacía unos meses.
Hasta que un día, me acerqué a ella.
-Soledad, te veo muy bien. Ha pasado algo en tu vida que te hace parecer más joven y con el rostro irradiando felicidad.
-¡Ay amiga! ¡Si tú supieras! Hace tiempo venia teniendo problemas y decidí acudir donde un profesional y francamente nunca pensé que me fuera a ir tan bien.
-¡Cuanto me alegro Soledad! Tengo una amiga que está pasando por momentos difíciles- le dije fingiendo pues era yo la más interesada. Luego añadí:
-¿Me darías el teléfono de esa persona para pasárselo a ella, y si quiere, que acuda y pueda recuperarse como tú?
-Claro que sí. Toma la tarjeta, dásela, yo tengo otra. Y dile a tu amiga, que si de verdad quiere recuperarse lo va a conseguir, dile que la situación la va a cambiar si ella así lo quiere.
-Muchas gracias Soledad- dije mientras guardaba la tarjeta en mi bolso.
Al día siguiente, llamé por teléfono al profesional que había consultado Soledad. Me atendió una mujer. Su voz me tranquilizó pues la notaba muy cercana y percibí que me podía ayudar.
Me dio cita para el día siguiente después del trabajo.
Todo el día estuve pensando en la cita: “Voy o no voy. Me hará bien, o por el contrario estaré peor”- me repetía a mi misma de forma incesante. A mí no me gusta ir a este tipo de consultas, es como si me desnudara interiormente y no estoy preparada, además, yo no tengo problemas, solo son los ojos que me miran… Son esos ojos los que causan desazón y están perturbando mi vida.
Llegó la hora de la cita y me fui caminando lentamente mientras preparaba mi discurso, lo que iba a decir y lo que iba a guardarme.
Al llegar, llamé al timbre y salió una mujer. Tal cual lo había presentido, era una mujer madura, con rostro amable, y amplia sonrisa, esa clase de personas que cuando te tienden la mano sabes que te puede ayudar.
Me senté en un sillón, cómodo, color rojo, de fina tela y hechura de calidad. En cuanto me senté, algo incontrolable salió de dentro de mí… mi llanto desconsolado. No quería mirarla a los ojos, me avergonzaba, no era yo, pero no podía parar de llorar. Ella se acerco a mí, se puso a mi derecha y me tendió un paquete de pañuelos.
No dijo nada, solo estuvo conmigo, sentía su presencia tranquilizadora, su rostro amable y la seguridad que me daba, que nadie me había transmitido nunca de esa misma forma y además sentí confianza para hablar de lo que tenía dentro y que tanto me inquietaba.
Así estuve una media hora. Cuando por fin me decidí a hablar y pedir perdón me dijo:
-No pidas nunca perdón por demostrar aquello que tienes dentro y que necesita con tanta urgencia salir. Date las gracias a ti por haber encontrado este espacio para liberar lo que tienes dentro.
Entonces ella continúo diciendo:
-Si no quieres hablar de lo que te ha traído aquí, no lo hagas, sólo cuando estés preparada para expresar lo que te hace daño, permítete hacerlo.
Le conteste que sin siquiera pronunciar palabra y mientras duró mi silencio, esa comprensión, esa mirada solidaria y esa compañía me habían ayudado mucho. Prefería empezar en la siguiente sesión. Ella respeto mi decisión y fue la primera vez en mucho tiempo que alguien respetaba algo que yo decidía.
Acordamos una cita para la semana siguiente y salí de la consulta con una sonrisa que hacía mucho tiempo no había tenido.
Algo dentro de mí me decía que iba a ser la mejor decisión que alguna vez tomé.
Cristina says
Me gusta ese sillón rojo
Creer en ti says
Gracias Cristina.
jose rodriguez devesa says
estaremos a la espera de las siguientes entradas.
un abrazo
Creer en ti says
Ya tienes otra Jose