No encontraba un trabajo de su agrado. Todo eran puras pegas.
Los argumentos no faltaban: “Este no va con mi personalidad; el horario no es flexible con mi ritmo de vida; no me gusta hacer cosas que no me llenen; la gente es antipática; me queda muy lejos; pierdo mucho tiempo” y así, una larga lista de inconvenientes que parecería más que no quisiera trabajar que conseguir un trabajo.
Un día, a eso de la media tarde, recibió una llamada telefónica; era un señor que decía llamarse Andrés quien preguntó por Francisco, y este respondió con un dejo de desconfianza.
-Buenos días señor Francisco, soy Andrés, el gerente del negocio “Disfrutando de los platos”. Tengo en mis manos una solicitud de trabajo que ha enviado usted a mi empresa.
-Sí, efectivamente- respondió Francisco aún dudando.
El hombre en línea, continuó:
-Me gustaría tener una reunión con usted para conocer sus expectativas y explicarle en qué consiste el trabajo.
_Perfecto. No hay problema. ¿Qué día tengo que pasar?- dijo Francisco.
-¿Le parece bien mañana miércoles, a las diez de la mañana en el edificio principal de la calle Almería?
_Sí, allí estaré. Muchas gracias.
_Que pase un buen día, señor Francisco.
-Igualmente señor Andrés.
Cuando colgó el teléfono, algo parecido a la euforia transportó a Francisco al lugar donde tendría la reunión y eso le gustaba.
Al día siguiente, Francisco acudió puntual a la cita; unos diez minutos antes, se presentó en recepción y le invitaron a tomar asiento en la sala de espera.
Al cabo de unos minutos, un señor trajeado con cara amable, le extendió la mano y le invitó a acompañarle a su despacho.
-Acomódese por favor, tengo aquí su solicitud de empleo para acceder al puesto de cocinero que estamos necesitando en nuestro restaurante de la calle principal. Como usted sabe, nuestros restaurantes están repartidos por toda la ciudad, pero en este hay una plaza vacante, y viendo su perfil, encaja en él.
Francisco respondió:
-Pero yo no estoy preparado para ese puesto, el puesto al que aplico es de ayudante pero no de cocinero.
-Lo sé señor Andrés, pero hay ciertas cualidades suyas que me dicen que usted puede desarrollar ese puesto mejor que cualquier cocinero; sus habilidades, su creatividad y como se ha descrito me han llamado la atención. Así que si no hay inconveniente le haré una prueba donde estará acompañado de otra persona para que vea cómo funciona el servicio de cocina, y como nos gusta trabajar aquí.
-¿Usted sabe cocinar, verdad?
-Sí, claro que sí, pero no sé si estaré al nivel de su restaurante.
-Pues yo quiero comprobar que sí lo está, si vale y si es lo que busco, le haré un contrato durante seis meses; si pasado ese tiempo, ve que no es lo que desea, el contrato quedará rescindido, pero solo pongo una condición, que termine el periodo de seis meses sin pedir la cuenta para irse.
Francisco lo pensó, y vio que podía ser buena idea, al fin y al cabo no estaba lejos de su casa, no había excesivo personal en la cocina donde el trabajaría, y tampoco tendría mucho que hablar, más que nada preparar los platos.
-Muy bien Francisco, lea el contrato y si está de acuerdo firme abajo sobre la línea punteada y le espero mañana a las ocho de la mañana.
-Muchas gracias señor Andrés, muchas gracias. Haré todo lo que esté en mis manos para que vea que soy la persona correcta para ese puesto de trabajo.
Francisco salió con una sonrisa, pero sus pensamientos no dejaban de agolparse en la cabeza intentando adivinar lo que habría visto el señor Andrés en su hoja de vida para darle ese voto de confianza.
Al día siguiente estaba puntual a la cita. Se le notaba entusiasmado y con ganas de hacer bien su trabajo y aprender rápido.
Se puso la ropa de trabajo y entró a la cocina; allí le esperaba el señor Andrés y una cocinera de otro restaurante de la cadena que se había prestado para ayudar.
La verdad es que ella parecía de todo menos cocinera, sus buenos modales, sus manos bien cuidadas, de gran estatura y un cabello corto muy bien recortado que se veía a través de un gorro, color blanco a juego con el mandil.
-Buenos días, señor Francisco, soy Eli, y estoy aquí para enseñarle a trabajar diferentes platos que se sirven en el restaurante, pero usted tiene que aportar su granito de arena, y hacer uso de la creatividad y trabajar los platos como si trabajara con personas que necesitan su ayuda, o con sus amistades, familia, o su círculo social.
Francisco entonces se dio cuenta de por qué le habían asignado ese puesto y aceptó el resto, sonrió a Eli y juntos empezaron a trabajar.
A lo largo de la mañana, él le dio una lista de todas las recetas que iban a preparar en cinco horas de trabajo, así como los ingredientes para acompañar en los diferentes platos y el tiempo de elaboración para cada uno; el asunto debía estar organizado para que todo saliera como estaba previsto.
Francisco leyó los platos uno a uno, con sus ingredientes correspondientes y entonces Eli dijo:
-¿Te atreves a preparar el plato más sencillo tal como tú lo prepararías si fuera tu propio restaurante y quisieras impresionar a tus comensales el primer día de la inauguración?
-Por supuesto señora, estoy listo.
-Bien, entonces empieza por donde tú creas, yo estaré alrededor de ti, por si necesitas algo.
Eran las ocho y media de la mañana cuando Francisco se dispuso a cocinar después de que Eli le enseñara la cocina, la despensa donde se encontraba cada alimento y como debía limpiar cada utensilio de cocina después de utilizarlo.
Empezó sonriendo. Eso era buena señal. Pensó Eli: “Ese chico me gusta para cocinero, tiene algo especial y no es su forma de cocinar sino algo en él, que hace confiar en que no le iba a costar esfuerzo hacerse con el puesto en este restaurante”.
Pasada una hora, Francisco anunció a Eli que había terminado. Ella se limitó a mirar el plato y lo aprobó con una reverencia de cabeza.
-Muy bien, veo que te has manejado bien, que no me has preguntado, así que a lo largo de la mañana debes preparar todos estos otros platos. A la hora del almuerzo, vendré con el señor Andrés, y otras dos personas entendidas en el arte culinario. Buena suerte y nos vemos luego.
En la cocina había dos colaboradores más, que si Francisco tenía alguna duda lo ayudarían pero él ya había prestado la atención necesaria para no tener que recurrir a nadie.
Le gustaba ese trabajo y sobre todo le gustaba el grado de confianza que le habían dado y además que pudiera usar su imaginación para hacerlo.
Pasaron las horas y finalmente, Francisco colocó cada plato en la mesa del comedor de los empleados. Esperó que llegaran las personas que iban a evaluar sus platos, y se cambió el delantal por la chaqueta que había llevado. Cuando llegaron sus evaluadores, a Francisco se le dibujo la mejor de las sonrisas de los últimos meses.
Los evaluadores fueron probando los platos uno por uno, sin decir nada, solamente gestos, algo que decía mucho más que las palabras.
Cuando terminaron de degustar todos los platos, invitaron a Francisco a sentarse y alrededor de la mesa empezaron a hablar sobre el trabajo que había realizado.
Fueron muy buenos resultados, realmente les gustó y aprobaron satisfactoriamente que los platos más sencillos que le habían mandado preparar, resultaran exquisitos.
El señor Andrés, le preguntó a Francisco:
– Dígame usted ¿por qué me dijo que no sabía cocinar como para trabajar en un restaurante como este ya que al probar sus platos, he notado que realmente lo hace mejor, mucho mejor de lo que usted me hizo pensar?
Eli quiso añadir sin dejar responder a Francisco:
-Realmente he quedado admirada, tanto por la presentación de los platos, como la creatividad, la textura y el sabor. Los otros dos evaluadores, asintieron.
Entonces el señor Andrés quiso ir al meollo del asunto:
-Ahora señor Francisco, quiero que haga una valoración de cómo se ha sentido y qué le ha llevado a hacer estos platos, que aunque tienen los mismos ingredientes que le hemos dado, tienen un sabor especial de lo que preparamos aquí. ¿Cuál ha sido el secreto?
Dijo Francisco:
-El secreto no es tal, es sólo pensar que los platos de comida son como las personas, todas necesitan los mismos ingredientes para satisfacer las mismas necesidades, pero unos platos necesitan más elaboración que otros, más cantidad de sal, sencillez, acompañar lo principal con productos que se acomodan en diferente orden según se vea, no todos los platos admiten las mismas cosas, la misma cantidad y en el mismo lugar. Si a cada uno de los platos se les priva de aquello que necesitan no sabrán igual, no tendrán el sabor que es propio de ellos.
Inmediatamente prosiguió:
-Las personas somos iguales, ¿por qué se las priva de lo que necesitan? Cada una de las personas tienen sus cualidades, sus necesidades, sus experiencias, sus emociones, sus sentimientos, su forma de actuar, y cada uno brilla por lo que es, pero también es cierto que las personas brillan por como los demás les ven, la sociedad, amigos, compañeros de trabajo, familia, cada uno aportando una ración justa de detalles, de atención, de mimos, de estar para la otra persona.
Y continuó:
-Basta con poner atención a cada persona y darle su ración de lo que necesita si lo conocemos, si sabemos a quién va dirigido. Cada plato necesita una cosa distinta, cada persona es igual. Por ejemplo, una naranja por su color anaranjado no llama la atención de la gente, y pareciera que es simplemente una naranja, pero si la pelamos, la ponemos en un plato en gajos, y además el quitamos el pellejo, ya parece otra cosa, y si la cubrimos con una crema de vainilla, y en un lado del plato ponemos chocolate con forma de gajo, ya la presentas de forma diferente, llama aún más la atención, será más atractiva a las personas que quieren consumirla y disfrutarán más.
Concluyó diciendo:
-Las personas son todas maravillosas, brillan con luz propia pero si le damos aquello que les haga brillar aún más, serán personas únicas, con cualidades más destacadas, y con un alto nivel de inteligencia emocional, sabrán comportarse, sabrán responder asertivamente, sabrán manejar sus emociones.
Todos los que allí estaban se quedaron impresionados; escucharon una comparación que realmente no esperaban pero que mostraba la realidad del trabajo y de la vida.
Pasaron los quince días de prueba que Francisco superó sin mayor dificultad. Él no era sólo el cocinero, era el consejero, el que con sus platos hacia que la gente se sintiera bien, era quien daba a cada plato la medida exacta en los ingredientes, era el motivo por el que los platos del restaurante se volvieran famosos.
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