– Por Creer en ti… y en mí
«Si lo cuento no creo que me crean. A pesar del riesgo que supone que muchos dirán que todo esto es mentira, lo hago.
En plena noche, cuando ya todos dormían y yo doblaba calcetines haciendo pelotas como me enseñó mi abuela, con el rabillo del ojo percibí algo en la pared. Al principio no le di mucha importancia porque ya que uso gafas, toda fuente de luz se refleja en ellas y claro, los destellos se suceden a cada momento.
Cuando me faltaban los calcetines de color ya que tenía todos los blancos hechos como bolas de nieve amontonados en un lado, esa luz en la pared captó toda mi atención puesto que no se trataba de ningún reflejo. La luz, de una fuente desconocida, era muy pequeña; si le pusiera un medida, diría que empezó del tamaño de una moneda pero más allá de su dimensión, impresionaba su destello que como el latido de una estrella comenzaba a iluminar la esquina donde surgió y luego, mientras se desplazaba por la pared, se iluminaba el muro y la misma habitación.
Por un motivo que desconozco, no sentí ningún tipo de temor, se me hacía muy familiar esa lucecilla tan poderosa que flotando se ubicó en el centro de la habitación, allí mismo donde al lado de la gran lámpara que teníamos en la sala, hacía notar la diferencia entre la luz eléctrica y la poderosa luz, que yo diría, era un fenómeno paranormal.
Me di cuenta que la luz no solamente me alumbraba sino que además me daba calor y sorprendentemente, también me hacía sentir mucha paz, especialmente tras un día de tanto ajetreo propio de una casa donde habitan dos adultos y cuatro jovenzuelos.
Cerré los ojos, sentí el calor y la paz y justo antes de volver a abrirlos, una vibración se hizo presente. Esa vibración salía de la misma fuente de luz y en una frecuencia mágica adquiría potencia y comenzaba a crear un vientecillo como el de una tarde serena de verano en la playa al caer el sol.
Ese vientecillo levantaba los bordes de mi vestido y agitaba las hojas del periódico que estaba sobre una silla cerca de mí. Más lejos, las hojas de un anturio que cuido cerca de la ventana de la cocina se movían como siguiendo un vals romántico.
Mientras yo observaba ese extraño fenómeno, las cosas fueron sucediendo: una chaqueta que estaba abandonada sobre el sofá se levantó y se fue a zambullir en el canasto de ropa limpia, las sillas desacomodadas del comedor se ubicaron en sus puestos, la alfombra de la sala con una esquina doblada para adentro volvió a su posición lisa, un paraguas mal acomodado detrás de la puerta de ingreso se fue a esconder en el armario donde quedan los abrigos de invierno, unas pantuflas medio escondidas debajo de la mesita de café salieron corriendo al baño de la planta baja, la caja de cereal que le hacía compañía al botellón de jugo de naranja sobre el mesa de la cocina, se acomodó en el estante donde se guarda el pan y el botellón con la vergüenza de quedar desacomodado se refugió dentro del refrigerador; así, las cosas pasaban delante de mis ojos pero no terminaron porque el balón de fútbol manchado de barro y grama salió volando por la ventana abierta que da al patio, los patines de hielo aunque más pesados, igual hicieron un vuelo menos encantador que el balón y le siguieron los pasos al mismo patio y por la misma ventana, las revistas de moda, el periódico, un libro de matemáticas y un catálogo de herramientas de carpintería se acomodaron muy suavemente sobre la mesa de la habitación contigua que es como nuestro despacho; los más reacios a abandonar su nido de reposo fueron los cacahuates y los papeles de chocolatinas que se refugiaban en las comisuras del sofá ubicado frente al televisor pero cuando la vibración y en vientecillo extraño los alcanzaron, no tuvieron más chance que ir a su morada final que es el cubo de la basura en una esquina de la cocina.
Mi asombro tardaba en llegar, me sentía como una película donde acomodada en una butaca muy confortable me dedicaba simplemente a ver y a disfrutar. Cuando mi asombró llegó, todo tenía otro aspecto: la sala, la cocina, el despacho y hasta el baño se veían distintos, agradables, ordenados, como en una casa decente.
En ese preciso instante, cuando todo había mudado, el vientecillo se apagó, la vibración cesó y la luz abandonó su lugar en el centro de la sala para pegarse a la pared, subir a una esquina de la habitación y desaparecer.
Respiré profundo, sentí un descanso en el alma y en mi rostro quedó una sonrisa de satisfacción ante semejante maravilla.
Lo dije al principio, es como para no creer pero les puedo asegurar que en mi casa así suceden las cosas y para demostrarlo pregunten a mi marido o a cualquiera de mis cuatro hijos. En mi casa las cosas suceden por magia, yo solamente soy una espectadora.»
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