– Por Creer en ti… y en mí
«Albertino era un cangrejo azul muy grande y vistoso. En las mañanas al salir el sol, el caparazón de Alberto brillaba y se distinguía a cientos de metros de distancia. Albertino no vivía solo, su comunidad era muy numerosa; sin embargo, no todos los cangrejos que vivían con Albertino eran tan grandes como él.
Algo que distinguía a Albertino no era precisamente su tamaño sino su miedo. Era el cangrejo más asustadizo de la zona. Cuando los demás cangrejos veían personas o cualesquier otra forma de peligro, esperaban hasta el último instante antes de correr a sus escondites; en cambio Albertino, apenas veía una sombra o sentía unos pasos distantes corría a esconderse.
Cuando Albertino llegaba a su refugio, no solamente se metía dentro sino además escarbaba para entrar lo más al fondo posible. De todos los refugios, el de Albertino era el más profundo porque cada vez que en él se metía, escarbaba más y más. Llegó incluso a cansarse de tanto correr, tanto escarbar y tanto meterse al fondo porque su pequeña cueva crecía y crecía en profundidad.
Una mañana al sentir la presencia de un pelícano, Albertino apenas vio la sombra del ave, corrió a su hueco, se metió dentro y comenzó a escarbar y escarbar y cuando no pudo más se dio cuenta que ya ni la luz del sol se podía ver. En la obscuridad, Albertino se preguntó si tal vez no había ido demasiado lejos, pero esa idea pronto se le fue de la mente porque seguía asustado. Sus compañeros cangrejos tenían cuevas ni la mitad de profundas comparadas con la de Albertino y nunca corrieron más peligro que él.
Todos los días o día por medio, Albertino corría a su refugio al menor indicio de peligro y su socavón se hacía cada vez más hondo. Un día Albertino estaba distraído disfrutando del sol y el sonido de las olas y no se percató que muy cerca de él andaba un cachorro de jaguar hambriento. Con el aliento del feroz animal casi sobre su coraza, Albertino se dio cuenta del peligro y corrió espantado. Encontró la cueva, se metió dentro, siguió corriendo y corrió más y luego a escarbar y escarbar más casi muerto del susto y cuando recobró el aliento se dio cuenta que había ido tan lejos, dentro de la tierra, que nunca más pudo salir del hoyo.
Los amigos de Albertino entendieron la lección que les dejó el compañero más grande y más azul de la comunidad. Cuando los miedos y los temores se hacen muy grandes y se alimentan de la falta de razonamiento y sentido común, nos pueden enterrar para siempre.»
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