– Por Creer en ti… y en mí
«Desde que nacemos, nos pasamos cada minuto de nuestra vida obteniendo información del entorno. Todo ese conocimiento, así como las experiencias que vivimos, se van a ir encargando de forjar nuestra personalidad. Sin embargo, no todo lo que sabemos tiene por qué ser fruto de nuestra propia vivencia. A veces, es a través de quien tenemos delante que podemos aprender.
Y algo así le sucedió a una amiga mía, que para no revelar su identidad, vamos a llamarla Alma. Alma era una mujer con su vida organizada. Como la mayoría de las personas tenía su rutina y trataba de mejorar tanto en su vida personal como en la profesional.
Desde hacía unos años, había puesto en marcha un proyecto empresarial junto a un amigo suyo. Cuando estuvo casada, y como tantas veces sucede, estuvo ayudando a su marido en la empresa que él había creado. Pero una vez que llegó el divorcio, ella dejó de formar parte de aquel barco que siguió su camino.
Siempre quiso tener algo que fuera suyo; algo que reflejase su esfuerzo, su iniciativa, su sacrificio… Y así, se levantaba cada mañana para ir a la imprenta que habían abierto. El negocio no les iba mal, aunque tampoco les iba lo bien que a ella le gustaría. Ni les daba pérdidas ni un beneficio que les permitiese seguir avanzando.
Cada día, mientras se vestía, se miraba en aquel espejo que había decidido llevarse consigo de su anterior casa. Le gustaba verse en él, lo que allí se reflejaba… Durante esos años tuvo muchos días en los que se encontraba llena de ánimo. Se miraba con ganas de conquistar el mundo y de llevar a su negocio al siguiente escalón. Sin embargo, también tuvo muchos días en los que no le gustaba mirarse, y esos, cada vez se fueron haciendo más y más. Los beneficios no aumentaban y se volvía presa del desánimo.
Una tarde de domingo nos vimos. Hacía tiempo que no quedábamos porque las obligaciones no lo permitían, pero ella necesitaba contarme. No entendía sus altibajos, y cómo algunos días se sentía con tantas ganas de continuar mientras otros quería tirar la toalla. Cómo aquella persona en el espejo se convertía en dos personalidades totalmente opuestas. Seguía mirando al mismo objetivo, pero cada día le pesaba más. Así que me pregunto qué era lo que cambiaba en ella.
Con demasiada frecuencia, comenzamos a mirarnos con dureza, especialmente cuando las cosas no salen como esperábamos. Alma no se dividía en dos partes. Alma era y es las dos personas que observa en el espejo; ambas son las caras de una misma moneda.
Si alzamos la mirada, algunos días sale el sol, mientras que en otros, el cielo se cubre de nubes negras. Ese al que llamamos mal tiempo es el que nutre a las plantas para que luego puedan crecer y florecer. Por tanto, el mal tiempo no existe, sino que todo son fases normales y necesarias para desarrollarse.
Y algo similar le sucede a Alma, y a mí, y a ti… Observa a esa persona que tienes enfrente. Obsérvate cada día en el espejo y mírate con compasión, porque la siembra no se recoge en un día, sino tras semanas de lluvia y sol. Que el desánimo no se convierta en el estado de ánimo que te define, sino que sea otro día más del ciclo, y que como todos, pasará.»
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