– Por Creer en ti… y en mí
«Solía levantarse siempre a la misma hora. Incluso los fines de semana tenía dificultades para conseguir dormir durante más tiempo. “No importa, tengo cosas que hacer”, se decía. Tenía los minutos calculados para desayunar sin prisas pero sin pausa. Era lo primero que hacía por las mañanas después de pasar por el baño para lavarse la cara y vaciar su vejiga.
Siempre había disfrutado del olor a café por las mañanas, aunque ya no le prestaba demasiada atención. Dedicaba sus pensamientos a ir repasando lo que tenía que hacer durante el día. Y así, con la mente ocupada, se tomaba su café con leche y unas tostadas con mantequilla poco hechas. “Ya me compraré algo en el descanso del trabajo si me da hambre”.
Una vez terminado su desayuno, pasaba a seleccionar la ropa que se pondría. No tenía demasiadas opciones con el fin de no perder tampoco demasiado tiempo intentando decidirse. Su intención era meramente ir vestido, lejos de impresionar a nadie. Recogida su ropa, se dirigía nuevamente al baño para ducharse y asearse.
Había notado el paso de los años alguna vez frente al espejo. “Ya me fijaré más cuando coja las vacaciones”, se repetía. Pero cuando estas llegaban su rutina no variaba en exceso, con la salvedad de que terminada la ducha y el aseo, no siempre sabía en qué invertir las horas que tenía por delante.
Recogía sus llaves y marchaba al trabajo. Tardaba unos treinta minutos si salía a las 7:35. Retrasarse cinco minutos supondría aumentar el trayecto en 15 minutos, ya que se encontraría con las colas hacia los colegios. Le había llevado un par de semanas encontrar la hora perfecta que aprovechase al máximo su tiempo.
Ya en el trabajo, la jornada transcurría sin complicaciones. Trabajaba reparando electrodomésticos en un almacén. Inspeccionaba el aparato, identificaba el problema, cambiaba las piezas pertinentes y lo volvía a hacer funcionar. Si el arreglo no era posible solo tenía que darlo de baja. No era un empleado excelente ni destacaba por nada en particular, simplemente realizaba su trabajo de forma correcta.
Finalizada su jornada a las 17 h, le gustaba darse un paseo por la zona para hacer tiempo hasta las 17:48. Era la hora perfecta para llegar a casa sin encontrarse las habituales largas colas de la tarde. A veces se acercaba al gimnasio antes de dirigirse allí, realizaba los ejercicios marcados y se marchaba para cenar y descansar tras un largo día.
Así transcurrieron los meses y los años, hasta que un día algo pareció fallar en su cuerpo y no tenía fuerza suficiente para iniciar. Se miraba en el espejo buscando algo que no estuviera funcionando como debiera. Se hacía preguntas, intentando encontrar el problema como en cualquiera de sus electrodomésticos, pero no daba con la respuesta.
Como los fallos comenzaron a ser cada vez más frecuentes, acudía a todo tipo de médicos, preguntaba a sus compañeros de trabajo y a toda persona que conocía. Necesitaba encontrar a alguien que fuera capaz de identificar qué estaba fallando en él, y así cambiar sus piezas como las de sus electrodomésticos. Pasó el tiempo y nunca encontró a nadie que lo arreglara, hasta que un día aquella máquina tuvo que ser dada de baja.
¿Alguna vez has necesitado que alguien te diga qué es lo que te pasa? ¿Has intentado encontrar en los demás o en el entretenimiento una manera de modificar cómo te sientes? ¿No ha servido de nada? Las personas no somos robots. No estamos programados ni tenemos a un asistente que nos arregla cuando nos estropeamos.
La mayoría de los problemas vienen de nuestro interior, y somos nosotros mismos quienes debemos hacer el esfuerzo de solucionar aquello que nos impide continuar avanzando. Rellenar el vacío o pretender que alguien nos arregle puede funcionar con las máquinas, pero no con las personas. Atrevernos a sentarnos con nosotros mismos y escucharnos puede ser un buen comienzo. ¿Empezamos?»
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