– Por Creer en ti… y en mí
«Jaime parecía un buen hombre. No era como todos los demás. La había invitado a cenar un par de veces, en lugar de exigirle que pagara ella porque tenía más dinero que él. Además, era educado y respetuoso, y no se comportaba en su casa como si hubiese adquirido el derecho de hacer todo lo que le apeteciese.
Llevaban solo unos meses quedando, pero desde que le abrió la puerta la primera vez, notó que él tenía algo especial. Jaime era aparejador, y ella necesitaba tener los planos de una casa muy antigua que había heredado.
Él mantenía un relación poco seria con alguien cuando empezaron a chatear. Le daba la sensación de que no quería ser demasiado claro porque tenía interés en ella, y hablar de esa otra persona, sin importar las circunstancias, equivalía a reducir las posibilidades de que aquello pudiese terminar en algo.
Para bien o para mal, la suerte se puso de su parte. Al fin y al cabo, ella siempre había parecido elegir a los hombres con los que estaba. Al principio todo iba bien. Mantenían el contacto y se veían cuando a él se lo permitía el trabajo. Tenía muchas deudas que pagar, además de la manutención para los hijos de otra relación. “Pobre, si es que vive para trabajar”, pensaba ella.
Y sí, la mayor parte de su tiempo la pasaba trabajando, pero también solía hacerlo con el móvil encima, y tanto él como ella lo sabían. Mantenían una frecuencia regular, aunque no fuera tan a menudo como a ella le gustaría. Sin embargo, no eran pocos los mensajes, y también las fotos, que caían en el olvido sin respuesta.
“Soy una egoísta”, se decía ella. “Solo quiero que me atienda y me cuente qué tal está, y él mientras vive agobiado para sacar todo adelante. Debería ser más comprensiva”. Sin darse cuenta, justificaba su comportamiento y trataba de darle una explicación a todo, pero no por ello se sentía mejor. Ella también tenía cosas que hacer, pero siempre encontraba el momento para interesarse por él.
No podía mantenerse en silencio, así que nuevamente le volvía a escribir. Él, consciente de lo que sucedía, respondía haciendo referencia a los mensajes nuevos y a los anteriores, y también, de alguna manera, trataba de compensar alargando la comunicación. Así pasaron los meses hasta que un día, él decidió dejarla para retomar su relación anterior, no sin antes ir a hacerle una última visita, robándole los últimos besos que no se merecía y el corazón.
Nunca más supo de él, ni tampoco lo que sucedió exactamente. Se quedó con el vacío de una explicación, de una disculpa y de un mensaje que nunca llegaron. Con el tiempo, se dio cuenta de que tampoco había tanto que extrañar. Él siempre estuvo ausente, pero ella se aferró a la ilusión y a las migajas que él le dejaba caer cuando así lo decidía. ¿Sería precisamente esa ausencia la que extrañaba por ser a lo que se había acostumbrado a lo largo de sus relaciones? Quizás, no era tan diferente al resto.«
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