– Por Creer en ti… y en mí
«Cuando Doña Rosa Altagracia de Robledo y Callejas era niña, ocupó siempre el cuadro de alumnos con las mejores calificaciones. Luego, en el colegio, repitió la misma posición y todo debido a los consejos de su madre pero ante todo de su tía solterona Doña Gloria Alma de Robledo y Callejas.
La tía le repetía como si de un padrenuestro se tratara: “Para triunfar en la vida debes estudiar, saber y superar a los demás”. Con la retahíla en la cabeza, Rosa Altagracia estudió mucho, supo más y una vez le pareció escuchar que su mantra terminaba en “supérate” pero la insistencia de su parentela era “supera a los demás”. Así, terminó la universidad: estudiando, sabiendo y superando a los demás en trabajos de investigación, proyectos personales y hasta en venta de rifas, venta de entradas para un concierto de recaudación de fondos, venta de pasteles para la compra de libros y un concurso de talentos para representar a la universidad en un programa televisivo.
Con una hoja de vida llena de resultados positivos y de reconocimientos, Rosa Altagracia recibió su título en Administración de Empresas y su padre, contento como siempre lo estuvo con el éxito de la hija, le regaló el capital para montar una empresa propia porqué él no la asumiría en su compañía alegando que ella podía sola con cualquier emprendimiento.
La empresa que nacía precisaba personal y antes que contratar a una empresa reclutadora, la misma Rosa Altagracia se empeñó a reunir al equipo de trabajo. Fueron más las horas invertidas en el análisis de las hojas de vida que en todo el proceso de contratación; ningún candidato tenía las virtudes que ella buscaba. Luego de dos semanas y solamente porque el lugar de trabajo estaba vació y las cuentas de luz, agua, gas y alquiler ya estaban generándose, aceptó a cinco candidatos para empezar a trabajar.
A medida que pasaban los meses, Rosa Altagracia se sentía cada vez más cansada. Trabajaba mucho. Las horas del día no le alcanzaban y ella le decía a su padre que a pesar del trabajo ella sabía que podía alcanzar los resultados propuestos en su plan de negocios.
Más meses pasaron y la empresa ya cosechaba resultados pero Alta Gracia seguía cansada; su piel estaba muy blanca pues tuvo que comenzar sus jornadas antes de la salida del sol, comer en la oficina y apagar ella misma las luces al salir siempre al último. Los fines de semana tenía dos opciones: ir a la oficina o completar el trabajo en casa y en ese ritmo de vida, su piel nunca sentía las caricias del sol.
Bajó de peso pero ella pensaba que eso le daba un aspecto de ejecutiva exitosa con la ropa menos ceñida al cuerpo. Un día perdió un diente y ella pensó que fue por culpa de un pedazo de pan un poco duro. Por ese diente comenzó a evitar alimentos de cierta dureza y la avena fue su mejor opción nutritiva en el desayuno, en el almuerzo y en la cena también.
Su cabello perdió brillo, se resecó y en la ducha se quedaba bloqueando el desagüe.
Dormir poco se compensaba con mejores negocios, nuevos acuerdos ventajosos, más clientes y mejores oportunidades comerciales.
Sin embargo, Rosa Altagracia sentía que le faltaba tiempo a la semana de siete días. Revisaba todo, corregía los informes de sus empleados, añadía párrafos, mejoraba las portadas y los gráficos e incluía anexos que según ella mejoraban lo que sus empleados no conseguían plasmar.
Cuando la última traza de pura energía de Rosa parecía desaparecer, pensó en un asistente. Allí podría estar la solución: una persona que la ayudara a corregir, añadir, mejorar, anexar y mucho más.
Quince candidatos con los mejores antecedentes y virtudes se presentaron a concurso y Rosa invirtió más horas en el análisis de las hojas de vida que en todo el proceso de contratación; ningún candidato tenía las virtudes que ella buscaba. Luego de dos semanas y solamente porque sentía que no tenía fuerzas suficientes, contrató a un candidato que no terminaba de convencerla.
Al principio el nuevo empleado ayudaba a corregir, añadir, mejorar, anexar pero ante la vigilancia de Rosa comenzó él mismo a ser corregido, a que ella le añadiera párrafos a sus informes, a que le mejorara su redacción y a incluir documentos anexados por la jefa.
Rosa seguía cansada al frente de una empresa exitosa que cada vez obtenía más rédito. Los negocios que ella había generado, sostenido y mejorado estaban a flote y con grandes perspectivas pero su cansancio se notaba en sus ojeras, su cabello apenas peinado, su torso flaco, sus senos caídos y los zapatos, que siendo de su medida, bailaban sueltos en cada paso que arrastraba porque ya no caminaba.
A sugerencia de su familia y luego de ver las cuentas bancarias, el flujo de caja y los créditos por cobrar, Rosa aceptó contratar un director, un gerente general y un fiscal operativo.
Doce candidatos con los mejores antecedentes y virtudes se presentaron a concurso y Rosa invirtió más horas en el análisis de las hojas de vida que en todo el proceso de contratación: ningún candidato tenía las virtudes que ella buscaba. Luego de dos semanas y solamente porque tenía una operación de corazón ya agendada, contrató a los tres ejecutivos aunque los elegidos no terminaban de convencerla.
Al salir del hospital Rosa pidió informes a sus ejecutivos y pasó quince días revisando todo; corregía los informes de sus ejecutivos, añadía párrafos, mejoraba las portadas y los gráficos e incluía anexos que según ella mejoraban lo que sus gerentes no conseguían plasmar.
Por pura casualidad, un ex compañero de la universidad se encontró con Rosa el día que le daban otro premio de empresario del año que ella no quería aceptar porque ya no tenía espacio en su oficina de tantos que ya había conseguido y de otros que le daban. Cuando el amigo le preguntó cómo le iba, ella solamente le pudo decir que las horas del día, de la semana y del mes no le alcanzaban pero que las cosas iban a mejorar porque había decidido ampliar la empresa y que estimaba crear doscientos puestos de trabajo que ella misma supervisaría.
Al despedirse, el hombre se frotó los ojos porque le pareció por un instante ver un esqueleto viejo, enfermo y de paso cansino que salía de la sala de ejecutivos de la Cámara de Empresarios y pensó que todos podemos tener éxito y un día ser como Doña Rode Robledo y Callejas.»
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