– Por Creer en ti… y en mí
«Inicio de semana y Sofía se despertó como de costumbre a las seis de la mañana. Ducha rápida, café, dos tostadas con mantequilla y mermelada y salida rumbo al trabajo.
Dos cuadras más allá de su portón estaba la parada de buses y allí se quedaba no más de diez minutos esperando antes de abordar y como todos los días de la semana, poco antes que ella o poco después, llegaba un muchacho de menos de veinte años de edad con la mirada al piso, ocupado como todos con el móvil pero al mismo tiempo con un casco enorme y vistoso de color rojo como el que usan todos los jóvenes.
Como Sofía no se metía en la vida privada de nadie, ver al muchacho todos los días en el mismo lugar, con la misma actitud ausente y con su gran casco rojo no le suponía ninguna incomodidad hasta que un día al muchacho se le cayeron una llaves y ella quiso llamar su atención con la voz y no logró la atención del chico. Ella recogió las llaves le tocó el hombro y le entregó lo que accidentalmente se había ido al piso. Apenas vio los ojos del muchacho pero no hubo palabras de agradecimiento.
Un jueves en la mañana Sofía encontró de nuevo al chico del casco rojo a quien se le escurría del abrigo, pero sin caer, la cartera. Con voz suave ella le alertó del hecho pero nuevamente ese ensimismamiento típico de los jóvenes no dejó que el muchacho se percatara de tal hecho y la mujer no siguió insistiendo hasta que finalmente la cartera cayó, ella la recogió y se la dio para obtener nuevamente indiferencia por la que Sofía ya se estaba cansando.
Un fin de semana, una amiga fue a casa de Sofía a tomar café. Entre todo lo que conversaban salió el tema del hijo de la amiga y de la lucha constante para hacer que el chico dejara el móvil o lo usará menos horas, de la falta de atención que ponía a lo que la madre o el padre le decían todos los días, de la lucha constante para abrir un canal de comunicación con el hijo y todo sonaba a lo que muchos asumen es propio de ciertas edades.
Sofía recordó al muchacho de la parada de buses y comentó algo similar: que los chicos de hoy son atrapados fácilmente por el móvil y por la música y que con eso hacen que el mundo desaparezca haciendo que esa actitud los perjudique por su falta de relacionamiento social, por la desatención a sus pertenencias, etc.
Una nueva semana y Sofía a la rutina que la conducía por los caminos de la vida moderna. La misma parada de buses y la misma gente esperando transporte incluido el chico del casco rojo. Sofía era proactiva y quiso dar el primer paso para llamar la atención del muchacho, conocerlo y aprovechar la oportunidad para recomendarle que mucho móvil y mucha música le podían hacer daño y si bien quizá no físico al menos el referido a sus cosas.
Miró a los ojos del muchacho y no sirvió porque él no levantaba la vista clavada en el móvil. Se acercó al punto de cruzar esa burbuja invisible del espacio personal y ni siquiera así logró la atención del muchacho. Agitó una mano delante del chico y consiguió su atención. Sin embargo, de una mirada fija no pasaron por lo que la mujer hizo nuevamente gestos para que el chico se quitara el casco con lo cual obtuvo un movimiento negativo de cabeza. Sofía quedó sorprendida de semejante actitud frente a sus buenas intenciones. No se dio por vencida e insistió una vez más y el mismo gesto del chico la contuvo en sus buenas intenciones pero esta vez hubo algo interesante, del lado opuesto al de Sofía y junto al chico había un señor de cabello blanco que bien podía ser el abuelo del muchacho.
El hombre sonrió a Sofía como alentando la buena intención que tenía y le dirigió la palabra. Se presentó como el señor Alba y confirmó que era el abuelo de Rodrigo, el chico del casco rojo. Le agradeció por interés hacia el chico y le dijo que era mejor que su nieto no se quitara el casco aunque a ella le pareciera una falta de respeto. Le contó que Rodrigo sufría de una afección al oído por la cual un zumbido penetrante lo acompañaba 24 horas sobre 24 y que para la mayoría de las personas era como tener un taladro en la cabeza. La mejor opción que estaba funcionando con Rodrigo era oír sonidos de alta frecuencia que lo dejaran por lo menos concentrase en sus estudios que casualmente estaban en el móvil: tareas, artículos, conferencias, etc. Contó que la enfermedad no tiene cura conocida y las personas deben probar muchas opciones que no a todos le funcionan, entre ellas los sonidos de alta frecuencia que tampoco son agradables pero que sirven para disfrazar el zumbido penetrante y molesto que aqueja.
Sofía quedó sin palabra. No era pena, era sorpresa y decepción de ella misma porque sus malas deducciones la llevaron a pensar cosas alejadas de la realidad. Rodrigo estaba luchando con su condición, estaba buscando alternativas para continuar la vida y posiblemente al hacerlo tenía que salir del modelo tradicional en el que muchos están cuando interactúan en la sociedad. Sofía atinó a sonreír al abuelo y a subir al bus y quedarse en los asientos del fondo como si fuera el castigo de un niño de escuela.
Tuvo un fin de semana entero para pensar en esta experiencia de vida y para recordar que es necesario estar en los zapatos de los demás para entender el por qué y el para qué de muchas cosas.
Sonó el despertador, vino la ducha rápida, el café y una tostada con mantequilla y mermelada y salida rumbo al trabajo.
Apuró el paso porque quería llegar de primera a la parada de bus y así fue, no había nadie más que ella. En tres minutos llegaron dos ancianos y un señor de traje y corbata y doblando la esquina Rodrigo, el del casco rojo. Antes de que el muchacho se ubicara en el área de parada, Sofía se aseguró de que Rodrigo la viera haciendo gestos más que exagerados para llamar su atención y no le importó lo que pensara la gente. Rodrigo se dio cuenta de la presencia de Sofía con semejante alboroto gestual y la miró. Ella entonces sonrió, le hizo un gesto con la mano saludando, el muchacho aparto la vista del móvil y seguidamente quedó sorprendido al ver que Sofía le alcanzaba una tostada con mantequilla y mermelada que aceptó gustoso. A Sofía no le molestó no escuchar la palabra gracias porque cuando llegó a su parada se dio cuenta que desde el bus una cara sonriente le decía adiós con la mano.»
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