– Por Creer en ti… y en mí
«Ernesto y yo nos habíamos conocido en la empresa donde trabajábamos. Él era el mejor ejecutivo de la compañía y yo una joven ejecutiva recién llegada y dispuesta a aprender y crecer dentro de la empresa.
Trabajamos en varios proyectos de la compañía. Pasábamos mucho tiempo Juntos y eventualmente nos hicimos novios. Era la envidia de muchas en la empresa y de mis amigas, debido al atractivo físico de Ernesto. Mis amigas decían que me había sacado la lotería. Un hombre guapo, estable económicamente y trabajador. ¿Qué más podría pedir?
Nos casamos ese año. Todo marchaba bien. Había avanzado en la compañía, logré un mejor cargo. Poco después quedé embarazada y aunque la alegría fue enorme, luego se convirtió en el inicio de mi pesadilla. Ernesto me pidió que renunciara a mi trabajo, quería que me dedicara a mi embarazo, inicialmente me negué, pero, terminé cediendo a su petición, lo amaba y solo quería estar bien con él, así que renuncié al trabajo por el que tanto me había esforzado.
A las 10 semanas de embarazo tuve un aborto espontáneo. Ernesto enfureció y me culpó, ni siquiera la explicación médica cambió su opinión, para él yo decidí abortar porque quería regresar a trabajar, algo totalmente falso. Fue tanto su insistencia en acusarme, que terminé aceptando que fui culpable de alguna manera de ese aborto, la culpa comenzó acompañarme desde ese momento y él se encargaba de recalcarla cada vez que podía.
La misma culpa que me hizo sentir cuando poco después de lo del aborto, descubrí que me había sido infiel estando recién casados. Para él, solo había buscado en la calle lo que según no le daba en casa. Terminé aceptando mi culpa de esto por ser en ese momento una inexperta en las artes amatorias. Igual pasó con el episodio del vestido elegante que me puse para una fiesta en un club, las miradas de algunos hombres terminaron siendo mi culpa, según Ernesto por haberme puesto ese vestido, que honestamente, no era ni vulgar, ni sexy. Terminé aceptando que fue mi culpa y que debía cambiar mi forma de vestir. Amaba a Ernesto y quería evitar tener más problemas con él.
Pero, ese sentimiento de culpa, me opacaba y me dolía, sobre todo porque Ernesto no perdía ocasión para acentuarlo. Estaba al borde, necesitaba ayuda. Conversaba con mis amigas, pero terminaban justificando a Ernesto, para ellas debía atenderlo más, entender que lo del aborto le había afectado, que tenía que acostumbrarme a que le aparecieran amantes, porque ¿dónde iba a encontrar otro hombre tan guapo?
Visité a mi madre a quien no veía en tres años, hablábamos solo por teléfono, pero le ocultaba mi situación. Revisando la computadora de ella, me conseguí con fotos de mi graduación en la universidad, esas imágenes donde estaba radiante, sonriente y feliz, eran todo lo contrario a lo que ahora reflejaba. No pude contener mi llanto y fue tanto lo que lloré que mi madre se preocupó y supo que algo no andaba bien conmigo.
Le conté todo y me desahogué. Lloramos y su abrazo fue como un bálsamo, sentí un profundo alivio. Me dio su opinión sobre mi situación. Entendí que había idealizado a Ernesto y eso me había impedido ver que me manipulaba y me hacía daño. Que en lugar de ayudarme, me hundía. Comprendí que nunca tuve culpa de lo que él insistentemente me acusaba. No era mi culpa lo del aborto, tampoco su infidelidad o que otros hombres me consideraran atractiva.
Decidí separarme de él y regresar a vivir con mi madre. Hoy trabajo en recuperar la confianza en mí misma, en volver a enfocarme en mi profesión y no dejarme nunca más que me vuelvan a manipular y hacerme sentir culpable de algo que no hice.»
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