– Por Creer en ti… y en mí
«No solamente se atreven a decirte que, según sea la persona con quién andas, serás quien ellos dicen que eres. Sucede también con las personas con las cuales hablas sean ellos incluso animales, plantas o cosas. Pues si le hablas a tu perro, a tu gato o a tu pez dorado, eres sin duda una persona cariñosa pero si hablas con un gay, un travestido o un transgénero es porque debes ser gay, travestido o transgénero o aún no lo has hecho público porque lo escondes.
Quienes le hablan a las plantas son personas de avanzada pues la ciencia ya aporta datos sobre la comunicación entre y con plantas pero si le hablas a las cosas como tu coche, tu impresora o tu televisor, estás loco.
Cuando hablas contigo mismo te señalan porque para ellos eres solitario, porque te falla algo en la cabeza o porque nunca paras de hablar con todos y con todo aquello que se convierte en tus “interlocutores” aunque sea un muñeco, un cuadro o una foto.
Ahora, cuando no hablas, te etiquetan sin preguntar en una persona con discapacidad, o en un antisocial, podrían verte como tímido o piensan que crees que nadie está a tu altura para escuchar tus brillantes pensamientos y pecas de presumido, altanero o sobrado.
Entonces si hablas o no hablas siempre serás objeto de crítica, acusación o mínimamente juicio. Ante este panorama, la solución dirían algunos es hablar los suficiente, lo justo, según sea la oportunidad, la propiedad o la necesidad de hacerlo.
Hablar de más, hablar poco o no hablar te va a causar problemas, es un hecho; sin embargo, no es fácil reconocer o fijar límites para reconocer la justa duración de un discurso aunque sea bueno y breve porque ya te han dicho que es dos veces bueno aunque no faltarán quienes querían más de aquello que fue tan bueno y por lo cual te quedaste corto; también sucede que cuando lo que digas no cumpla ciertos requisitos como ausencia de palabrotas, exageración de modismos o volumen de la voz, igualmente te va a causar crítica. Tampoco se puede reconocer la necesidad de hablar o callar porque en un funeral se impone el silencio pero los dolientes esperan tu consuelo expresado en palabras que aunque mínimas, ellas van a romper el protocolo de la pena, del silencio y de la compostura; en un acto político de tus partidarios, no puedes dejarlos sin oírte y si son tus rivales, eres un pollito si no te atreviste a cantarles sus verdades o sus mentiras, que hoy, todo vale.
No en vano alguien dijo que lo peor que Dios hizo en el hombre es la boca porque en ellas nacen las palabras. También ha dicho otro autor que las palabras tienen tanto poder que componen o descomponen una vida, un caso, un problema, un pleito, una amistad o una guerra. Y en oriente no se quedaron callados pues afirmaron que, si lo que vamos a decir no es mejor que el silencio entonces mejor quedarnos callados.
Finalmente, hablar o no hablar parece una paradoja puesto que si se habla no siempre será bien apreciado este hecho que parece tan natural y diferenciador en el ser humano pero también si se calla, algo no está bien en el ser humano que debería hablar para diferenciarse de otras especies. Podríamos pensar que la prudencia, la lógica y la razón nos pueden señalar el camino correcto ante la disyuntiva de hablar o de callar, pero ¿acaso todos somos prudentes, lógicos o nos asiste la razón?
Por todo lo anterior, yo mejor escribo.»
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