– Por Creer en ti… y en mí
«En una colmena nació una abeja muy pequeñita. No era una reina, no era una obrera y mucho menos podía ser un zángano conocido por su gran tamaño. La colmena entera se interesó en el caso de la abejita y en conjunto decidieron protegerla y para lograr su objetivo no permitieron que la abejita saliera de la colmena; un insecto tan pequeño, sin la fuerza suficiente en sus alas, sin la posibilidad de hacer largos viajes en busca de polen y sin el tamaño para defender el ingreso a su colmena se quedó en un celda muy bonita en la que todos trabajaron para hacer un recinto, lindo y muy cómodo para la abejita.
Al principio no hubo problemas. La abejita tenía a disposición todo lo que necesitaba; sin embargo, los guardias de la colmena no podían ser molestados mientras trabajaban protegiendo el ingreso día y noche y sin chance de una ronda infantil o de hacer tortitas de barro con la pequeña, las obreras salían muy temprano en busca de sustento y volvían agotadas sin ganas de jugar a la pelota o a las muñecas con la abejita. De la reina no hace falta decir que sus obligaciones burocráticas y reproductivas le impedían un tiempo libre para dar clases de matemática o de bordado a la abejita.
Los días pasaron, las semanas pasaron y los meses pasaron. La abejita conocía todos los rincones de la colmena a la perfección pero también conocía a todos los habitantes: el zángano más comelón era Pepe, la obrera más destacada era Amanda y por supuesto la reina se llamaba Regina; además sabía que la producción de miel era mejor entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde, la temperatura del interior bajaba a partir de las 10 de la noche y subía exageradamente a las 2 de la tarde; la pequeña también sabía que los niveles inferiores necesitaban una nueva capa de cera porque se estaban debilitando y conocía el triste destino de las polillas, abejorros, avispas y otros insectos que a veces querían colarse a su edificio y de quienes se ocupaban los guardias del portón.
Con tanto conocimiento en ella, la abejita pensó que ese podía ser su aporte a la comunidad: la administración. Ya que no podía acarrear polen, defender a la familia y menos alcanzar el rango noble de dueña y señora del lugar, quizás Regina la aceptaría como administradora general.
Planteada la oferta, la abeja reina mandó llamar a sus consultores reales. Reunió representantes de obreras, zánganos y guardianes. Al final tomaron una decisión. Pensaron que el mejor puesto para la abejita era el de ser la niña mimada de la colmena, sin obligaciones, sin deberes, sin responsabilidades; querían darle una vida relajada, tranquila y con todas las necesidades satisfechas. La noticia fue comunicada a la abejita cuando más frío comenzaba a hacer en la noche justo al inicio del invierno.
A la mañana siguiente, la abejita no salió de su habitación y a las dos de la tarde un grupo de obreras al servicio de la reina se acercaron al recinto de la abejita y quedaron muy tristes al verla sin movimiento. El médico real anotó en el certificado correspondiente que la causa del deceso fue el frío extremo de la noche anterior.
La semana continuó con el ritmo frenético de las abejas: la patrulla eficiente de los guardianes, el creciente acarreo de polen que las obreras traían de lejanos prados y las funciones sabias y eficientes de la reina. Todos en la comunidad tenían obligaciones y responsabilidades que mantenían a las abejas… vivas.»
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