– Por Creer en ti… y en mí
«Es miércoles a media mañana. Estoy en mi oficina, junto a la rutina familiar de trabajo de todos los días. Alzo los ojos, y frente a mi veo una pequeña pila de asignaciones que debo terminar. Como es mitad de semana, la pila ya ha crecido un tanto respecto al inicio de la semana.
Mi mente me indica que debo acometer el trabajo ¡ya!, porque forma parte de mis obligaciones cotidianas. Sin embargo, soy capaz de distraerme haciendo cientos de pequeñas tareas que actúan como factores de dispersión. Realizar una llamada, limpiar el escritorio, vaciar la papelera, ir a tomar un café, e incluso, qué escándalo, jugar una pequeña partida de solitario.
¿A que os ha pasado alguna vez? Pues, en realidad se trata de una conducta que ha sido nombrada como la procrastinación y se refiere al hábito de postergar o aplazar actividades. Es decir, sabemos que tenemos una tarea pendiente, pero nos falla la fuerza de voluntad para poder acometerla.
También es posible que pospongamos una tarea porque la percibimos como abrumadora, estresante o quizás simplemente tediosa o aburrida. Lo cierto es que esta conducta, de transformarse en hábito, puede alterar las rutinas familiares o incluso afectar la productividad.
La distracción está en el aire
Distraerse es posible a cada instante: realmente hay cientos de estímulos a nuestro alrededor que pueden convertirse en distractores. Mucho más en una sociedad con una alto acceso a los medios de comunicación online, que proporciona contenidos que se actualizan a cada instante.
Y, ¿a quién no le ha pasado permanecer un largo rato observando o interactuando en las redes sociales, a sabiendas de que hay tareas que esperan por nosotros? Por eso, la idea es que a cada cosa se le de su momento, y no permitir que la procrastinación se convierta en un hábito.
Eso si, hay que saber que no es lo mismo procrastinar que simplemente postergar: en el primer caso, se trata de aplazar tareas que son verdaderamente relevantes, pero quizás contienen una cierta carga emocional que genera la necesidad de posponerla, realizando otras tareas más placenteras y sin importancia, mientras que postergar es simplemente diferir para más adelante una tarea, lo que puede ser útil si, por ejemplo, en este momento no están dadas las mejores circunstancias para completar la actividad.
Ya lo decían los abuelos
“No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, me repetía mi abuela hasta la saciedad. Y realmente, tenía razón: si tenéis alguna tarea para hacer, es mejor hacerla de una vez y evitar la procrastinación. Mucho más cuando lo que se quiere es evitar cruzar la delgada línea de convertir una conducta en un hábito que puede acarrear severas consecuencias.
El secreto está precisamente en evitar los aplazamientos para que no se conviertan en un hábito. Además, podéis intentar ver qué es aquello que está provocando la procrastinación: es posible sentir miedo o ansiedad ante una determinada labor y en todo caso, es bueno identificar qué es lo que está pasando.»
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