– Por Creer en ti… y en mí
«Cuando David Goldsmith tenía ocho años supo que quería ser astronauta. Los padres del pequeño David, pensaron que era solamente una ocurrencia y no le dieron importancia aún viendo al chiquillo recortar de revistas y periodicos todo artículo y fotografía de planetas, naves espaciales, físicos y matemáticos célebres.
Antes de terminar el colegio, David sabía que para llegar a ser astronauta debería estudiar física, matemáticas, ingeniería y cómputo, por eso no tuvo ninguna duda de escoger una universidad y una carrera científica.
Cuando se graduó y luego de muchos cursos paralelos y complementarios a la ingniería espacial, su camino parecía allanado para una profesión espacial. Sus padres entendieron que el sueño del niño era una realidad a punto de materializarse, al menos el cincuenta por ciento del camino estaba recorrido.
No fue fácil ingresar a la Agencia Espacial pero gracias al estudio y las excelentes calificaciones David Goldsmith pudo lograr un puesto de asistente en el departamento de propulsión y una vez demostrada su capacidad pasó al departamento de cálculo orbital, luego comunicación espacial y cuando se anunciaron las postulaciones para tripulación espacial, no lo dudo y terminó con sobresaliente.
David Martin estaba completamente dedicado a sus estudios, sus proyectos y su sueño. Casi nunca se detuvo a confraternizar con otros estudiantes, menos hacer amistades y jamás a estudiar en ningún grupo de compañeros que pensaban que entre varios se podía analizar mejor las materias, aclarar las dudas y apoyarse moralmente.
Finalmente, le comunicaron que había sido seleccionado para una misión espacial. Su sueño se estaba cumpliendo, solamente faltaba un entrenamiento intenso y el alta médica para que con la firma del médico de la tripulación tuviera luz verde para ir al espacio.
Todo se cumplió y una madrugada, antes de salir el sol, David Goldsmith se elevó al espacio con una tripulación compuesta por dos astronautas más.
Cuando finalmente pudo ver la tierra flotando en el cosmos, David se sintió el mejor de todos los niños estudiosos, el mejor estudiante universitario de las ciencias exactas, el mejor profesional de las ciencias espaciales, el mejor astronauta.
La misión fue un éxito. David se hizo famoso. Viajó por todo el mundo. Daba conferencias y entrevistas y su foto estaba en periódicos y revistas. Su sueño cumplido y su vida arreglada. Se jubiló pronto por las implicaciones de su salida al espacio y el efecto que en su salud se podía producir.
Un día, conversando con altos ejecutivos jubilados de la Agencia Espacial y al calor de varias botellas de whisky, se produjo cierto roce entre David y el que fuera su jefe de misión. El altercado se hizo evidente, el alcohol en la cabeza de los hombres hizo que la lengua no tuviera control y aunque David se contenía de soltar insultos o hasta de elevar el tono de su voz, lo mismo no sucedió con el antiguo jefe quien con desenfreno le dijo: “A ti te eligieron porque eras blanco, porque tu apellido le agradaba a la comunidad que nos apoya financieramente, porque tenías un solo dios y porque casado y con hijos habías demostrado que eras el hombre ideal”.
La velada terminó pero no los cuestionamientos en la mente de David.
Primero pensó que no era cierto. La fase de negación. Luego asumió que su jefe de misión era un imbécil con quien no quería volverse a encontrar porque seguramente no respondería de sus actos, lo detestaba por semejante afrenta y por tremenda mentira. Fase de la ira. Luego pensó que si él era el mejor no había consecuencia más correcta que ser elegido como tripulante, o ¿acaso eso era cierto. La fase de duda. Luego pensó que con él habían otros estudiantes que posiblemente eran igual o mejores que él y pensó que había sido un idiota al pensar que nadie podía conseguir el mismo logro. Fase de crisis. Pareció convencerse de que seguramente habían otros más capaces pero con otro color de piel, otro origen étnico, otra religión y otros valores y ahí se derrumbó. La fase de la depresión.
Pasaron muchos meses y David no quería ni conferencias, ni entrevistas ni fotos. Se repetía que el no fue el mejor, sino que las circunstancias, la política, las finanzas, los grupos de poder lo habían usado para sus propósitos.
Un día, ya cansando del mismo pensamiento recurrente, David recordó cómo se veía la tierra en el espacio, recordó la ligereza de su cuerpo, la emoción de sentir que el tiempo ya no existía, el regreso a la Tierra, la fama, las revistas y su nueva vida. En ese momento David supo que más allá de lo que él había hecho y lo que los otros habían hecho con él y las circunstancias, él había vivido todo lo que ahora eran recuerdos y llegó a la conclusión de que no era el mejor pero sí el más afortunado. A partir de ese día se dio cuenta que no podía negar los hechos del pasado y las circunstancias de la vida. La fase de la aceptación y la lección aprendida.
Desde ese entonces David sabe que debe luchar y mejorar apuntando a un horizonte donde el éxito no solamente se mide por sus propias virtudes sino por la fortuna de estar en el momento y en lugar oportuno. Vale la pena vivir, superar las crisis y estar atento a las oportunidades porque si no se las lleva uno puedo ser otro, más allá de los méritos que se hayan hecho.»
jesus says
muy bella tu historia te felicito