Por norma, nunca cito a dos personas el mismo día; no son rarezas, más bien, no me gusta mezclar dos historias diferentes en un intervalo de 5 horas.
Soy de las personas que valoran la confianza que depositan en mí quienes en los momentos que acuden a su cita, están pasándolo mal, y por ello necesito prestar toda mi atención para con ellas y no entremezclar historias.
Un día, no me quedo más remedio que citar a dos mujeres en la tarde.
Sus agendas estaban muy ocupadas y no disponían de más tiempo.
La primera cita llegó puntual, algo que agradezco.
Era una mujer de 60 años con rostro marcado por el sufrimiento, débil y sin apenas expresión en su rostro.
Le extendí mi mano y le ofrecí asiento.
Ella rechazó sentarse en el sillón rojo y prefirió acostarse en el diván
Me comentó que para ella era más fácil si nuestras miradas no coincidían mientras ella hablara.
-Perfecto, no hay problema, ponte cómoda, que yo me quedo detrás de ti. ¿Qué puedo hacer por ti?- pregunté.
Empezó a hablar; sus frases no seguían una secuencia ordenada y menos cronológica; saltaba de una cosa a otra, no había conexión entre las cosas que relataba.
Yo la deje hablar; no me gusta interrumpir en ese primer encuentro. Pienso que aquello que sale de sus labios, es lo que trae a consulta y de lo que quiera decir, obtengo información valiosa.
Sólo cuando la situación lo requiere, hablo y la ayudo a continuar de una forma empática, clara y utilizando su mismo lenguaje.
-¿Quieres hablarme de ti, de cómo te sientes?- le pregunté.
-No me encuentro con ánimo de seguir adelante, llevo 3 meses como aislada de la vida de la que creía era parte integrante.
En medio de su historia, hubo una frase que llamó mi atención: “llevo tres meses sintiéndome culpable de lo que digo y hago.”
Cuando escuché esa frase, fue cuando intervine, y le pregunté: “¿De qué te sientes culpable?
En un silencio que duró un par de minutos, ella contestó:
-Culpable de no saber hacer feliz a mi pareja, de verla triste por la forma de comportarme, por no poder regalarle ni un minuto de mi vida por motivos que desconozco, por no compartir con ella sus alegrías, y sus tristezas, me siento culpable de todo lo que hago y digo.
En esa respuesta, se notaba la ansiedad que eso le producía. Su rostro lo reflejaba claramente: comisuras de los labios hacia abajo y sin brillo en los ojos.
En ese momento, su mirada estaba perdida, mirando un punto fijo del cielo raso, lo cual me hizo pensar.
Mi siguiente pregunta fue: ¿Alguien que ya no está aquí te ha hecho sentir así?
Entonces ella cerró los ojos. No había lágrimas pero sí estaba conteniendo una rabia, ira hacia alguien que yo todavía no sabía exactamente quién era.
-¿Quieres contarme algo de tu vida pasada?- le pregunté.
Ella sin pensarlo, se levantó y me respondió: “el tiempo ha terminado, tengo cosas que hacer no puedo quedarme más”.
-Bien, lo entiendo, lo hablaremos en la siguiente cita- le respondí un tanto desubicada por su actuación.
-De acuerdo, pero tiene que ser la próxima semana a la misma hora.
-OK, no hay problema, pero antes hazte un favor a ti misma.
-Dígame ¿Cuál?
-Cuando sientas ese sentimiento de culpa, haz que su pensamiento no se centre en la culpa sino en el perdón.
Ella se quedó pensando y dijo:
– ¿Perdón?, no entiendo.
-Sí, cuando sientas la culpabilidad por no poder compartir los momentos que tu pareja necesite, piensa en la palabra perdón, sólo esto tienes que hacer.
– De acuerdo, así lo haré, nos despedimos y ella salió de la habitación.
Su rostro no era el mismo con el que había entrado, su tristeza no era tanta ni su forma de caminar tan insegura.
Cuando salió de la consulta, anoté ciertos comentarios que ella había hecho.
Me preparé para la siguiente sesión.
Al cabo de dos horas, el timbre sonó de nuevo. Se trataba de una mujer de 55 años, bien vestía, elegante, activa y sonrisa deslumbrante y con un brillo en los ojos que parecía que desbordaba felicidad.
La salude y la invité a sentarse y en este caso, ella se acomodó en el sillón rojo y con su franca mirada a los ojos me di cuenta de su hambre de respuestas.
-Dígame ¿en qué puedo ayudarla?
-En realidad el problema no es mío, bueno sí, es mío pero yo no soy la causante. Yo quiero arreglar la situación por la que no me siento cómoda y debo tomar una decisión. Esa decisión no sé si será la correcta o no, y aunque soy una mujer segura y sé lo que quiero en mi vida, esta decisión puede cambiarla, y no quiero arrepentirme.
-Bien, dígame, ¿qué decisión debe tomar que puede llegar a cambiar su vida?
-Si lo desea, le cuento un poco de mí.
-Sí, por favor.
-Tengo 55 años, mi trabajo me gusta y disfruto con él, tengo una empresa de marketig, me gusta lo que hago y que los clientes queden satisfechos con los resultados del trabajo que ellos me delegan. En ese aspecto soy feliz. Mi vida personal también es buena, tengo una pareja a la que quiero y con la que siempre me muestro dispuesta a ayudarla, pero niega que necesite ayuda. Yo sé que no es así, pero no puedo hacer lo que ella no intenta.
-¿Esa decisión de la que me habla tiene que ver con su pareja?
-Sí. Me han ofrecido hacer un trabajo en el extranjero; eso es lo que quiero y me ayudará a prosperar con mi empresa pero no quiero irme sabiendo que esto puede causar la separación.
-¿Separación? ¿Acaso ella no se alegrará de su oportunidad y del éxito que podría resultar.
-Sí y no. Yo creo que ella se alegra de mis cosas pero en vez de demostrarlo, pareciera que quiere que las cosas me salgan mal.
-¿Ha hablado con ella?
-Sí pero a veces no me escucha, es como si sólo le importara lo suyo.
-¿Y qué tiene pensado hacer?
-Para eso he venido aquí para que me diga lo que tengo que hacer.
-¿Y qué cree que debería hacer? Yo no puedo darle la solución, la solución debe tomarla usted.
-Si, lo sé, pero no tengo ni un sí ni un no por respuesta, estoy bloqueada, se acerca la fecha y debo dar una contestación.
-Sólo déjeme decirle una última cosa, después usted decide.
-Si toma la decisión de irse, ¿usted cree que perderá a su pareja? Si usted decide renunciar, ¿cree que usted estará bien y no se lo reprochará usted misma en algún momento de su vida?
-No lo sé.
– Hable con su pareja, dígale lo que siente, lo que significa para ambas la decisión que quiere tomar, hágale partícipe, comparte con ella la inquietud de esa decisión, háblele abiertamente, sin ocultar nada, sincera y cercana a los sentimientos de su pareja, de sus dudas y de su forma de ver la situación.
-De acuerdo, así lo haré.
-Si lo desea, puede pedirle a su pareja que la acompañe a la próxima cita conmigo.
Se quedó pensando.
Unos segundos más tarde contestó que se lo iba a proponer y me avisaría.
Cuando abandonó la consulta intuí que entre ambas personas había algo que las unía, que lejos de estar distantes estaban cercanas pero les faltaba comunicación.
En la siguiente cita aparecieron las dos mujeres,compartiron espacio y tiempo.
Una consiguió expresar que personas que habian sido importantes para ella la habian abandonado, entre ellas, su madre y hermana.
La decision de su pareja de querer aceptar el trabajo en el extranjero lo relacionó con que ella tambien la abandonaría.
En ese espacio compartido, se revelaron historias que ambas desconocian de una y otra.
Fue una comunicación abierta y sincera donde pudieron expresar lo que no se habian dicho hasta ahora.
jose rodriguez devesa says
hola Ana Tere me parecen interesantes los relatos como para seguirlos y ojala todo salga bien
Jose
Creer en ti says
Muchas gracias