Las manos, esa parte de nuestro cuerpo que no le damos la importancia que tiene. Cuando estamos bien, la mano izquierda pareciera que está bajo el mando de la derecha. (En caso de personas diestras). Es como si la derecha tuviera todo el poder, la que asume las tareas cotidianas, las que pintan, las que cocinan, si queremos meter la mano debajo un grifo para ver si está fría o caliente, metemos también la derecha, si acariciamos a alguien lo hacemos con la derecha.
Cuando expresamos lo que decimos con las palabras, las manos también nos acompañan para dar más credibilidad al mensaje que estamos transmitiendo.
Cuando estamos ante personas que no conocemos lo primero que mostramos es nuestro rostro y nuestras manos. Por eso es necesario dar importancia a cada parte de nuestro cuerpo, dar la prioridad tanto a la parte derecha como la izquierda.
Esta historia que publico a continuación, está escrita por Luis Carlos Palazuelos. Cuando la leí, me llamo la atención. Cierto es que no damos importancia en este caso a la mano izquierda, pero al leerlo he caído en cuenta, que también debo trabajar con ella para que cuando una no se sienta en condiciones de seguir el ritmo diario, la otra pueda asumir sus tareas. También me ha hecho reflexionar, sobre las personas que están detrás, que no se dan importancia, que no sobresalen, que no famosas, que son felices a su modo y que son tan sencillas que pasan desapercibidas. Pero cuando hay un problema, están ahí, están para ti, están cuidándote, son las primeras en acudir a ti para apoyarte y ayudarte a seguir adelante y superar el tropezón que hemos tenido en ese momento.
«El arte de la vida está en enseñar la mano”
– E.V. Lucas, autor y crítico inglés
Las manos hacen tanto por nosotros… Son capaces de desempeñar una gran variedad de funciones: tocar, agarrar, sentir, sujetar, manipular, acariciar, etc. Son una parte vital porque definen quiénes somos y cómo nos vemos a nosotros mismos
HISTORIA DE DOS MANOS
por Luis Carlos Palazuelos
Había una vez dos manos. De pequeñas tenían mucho en común porque ambas tenían cinco dedos y en la punta de los dedos las uñas, las huellas digitales parecidas y ambas muy poco expertas.
Con el tiempo, ambas manos fueron creciendo y ciertas diferencias se hacían notorias cuando las usaban.
La mano derecha se volvió muy hábil. Sabía hacer palitos muy rectos sujetando un lápiz de carbón. Luego sus palitos se hicieron círculos y luego letras y luego una escritura entendible, con rasgos seguros, líneas continuas y al final de cada palabra una colita muy artística.
En cambio, la mano izquierda no parecía tener virtudes. Los palitos que dibujaba eran torcidos, unos más grandes que otros y los círculos eran un garabato negro tan enredado que cuando se volvieron letras eran incomprensibles.
Con el tiempo, las diferencias se fueron acentuando y la mano derecha se hizo experta en casi todo: mezclaba, pintaba, sujetaba con mucha seguridad lo mismo un tenedor que una cuchara, cortaba con precisión usando cuchillo, navaja o cierra; cepillaba dientes y cabellos, agarraba todo tipo de empuñadura como raquetas, martillos, perillas y más.
La mano izquierda en cambio, sólo demostraba su torpeza intentando hacer lo que hacía la mano derecha. Lo peor de todo es que le ponían adjetivos: inútil, torpe, buena para nada, incapaz y más.
Alguna vez la mano izquierda llegó a pensar que era mejor alejarse, perderse, separarse de la otra mano que era tan apreciada que hasta un seguro contra accidentes y mutilaciones tenía. La mano izquierda vivía dentro de un oscuro bolsillo de donde pocas veces salía y desde donde escuchaba cuando la mano derecha saludaba sonoramente o cuando golpeaba alegremente sobre una mesa celebrando algún chiste.
Un día, las dos manos salieron a pasear. Estaban en el campo y ante ellas se levantaba una alta montaña desde la cual en la cima había una gran vista del lugar circundante. Ambas comenzaron a escalar por paredes rocosas y ásperas. La travesía no representaba gran peligro y no demandaba el uso de ningún tipo de equipo especializado que para la mano derecha no era problema usar. A medida que subían la vista era cada vez más impresionante con un valle profundo donde apenas se distinguían a las vacas que pastaban o a los corderos que alegremente topeteaban entre ellos.
De pronto y sin fijarse se produjo un tropezón y ambas manos comenzaron a caer cuesta abajo. La mano izquierda tontuela, simplemente se alzaba al cielo gritando desesperadamente mientras que la mano derecha buscaba muy hábilmente algo que sujetar para evitar caer hasta la base de la montaña y sufrir fatales consecuencias. Lastimosamente el impulso, la altura y la pendiente dificultaban asirse de algo hasta que la mano derecha atinó a sujetarse de los cactus que, allí en las faldas del cerro, crecían con gran abundancia.
Finalmente, cuando ambas manos dejaron de rodar, se miraron mutuamente como para evaluar los daños. La mano izquierda tenía algunos raspones y los huesos intactos pero la mano derecha, la pobre mano derecha, estaba clavada por todos sus lados con filosos espinos que se teñían de roja sangre.
Nunca antes la mano derecha se había quejado y menos lagrimeado del dolor. Estaba perforada y los espinos, como banderillas en lomo de noble astado de plaza de categoría, parecían hundirse en la blanda carne.
Fue en ese momento, que la mano izquierda, sin temer por su propia integridad y serenándose, decidió acudir en ayuda de su amiga. Con mucho cuidado buscó los espinos periféricos y los fue retirando con jalones firmes y secos para evitarle más dolor a la mano derecha. Luego fueron los espinos más gruesos y más enterrados que fueron retirados con la firmeza de la mano izquierda.
Al final, cuando la mano derecha fue liberada de su tormento, muchas cosas le vinieron a la mente pero los que más le dolían al pensar, eran los insultos que dijo o que consintió que dijeran de la mano izquierda. Aquella mano izquierda tan abusada y acusada se había convertido en su benefactora. Ambas se limpiaron la tierra y la sangre y buscaron atención médica especializada.
Ahora, las manos son más amigas que nunca; comparten el trabajo, lo dividen según las propias habilidades de cada una porque mientras la mano derecha sujeta y golpea con un martillo la izquierda sostiene un clavo o un tornillo; cuando la mano derecha usa el arco la izquierda sujeta el violín; cuando la mano derecha limpia con la escoba la izquierda sostiene el recogedor de basura.
Al final de cada obra o de cada acción que ambas logran, se felicitan mutuamente, se juntan y se abrazan y descubrieron que al hacerlo se produce un sonido que las personas llaman, aplauso.
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