-Por Creer en ti… y en mí
Ugu Tah salió temprano de su refugio. Al salir recogió un hueso que estaba sobre la gran piedra central de la caverna; todavía quedaba un poco de carne y pellejo y aunque estaba frio, iba a ser su desayuno.
A lo lejos se oían los rugidos del gran volcán y solamente cuando aumentaba la intensidad de las erupciones, hasta el suelo vibraba. Ugu Tah estaba acostumbrado a esos temblores e incluso cuando el viento soplaba en dirección a su refugio, también el olor a azufre se había vuelto familiar.
Eran las primeras horas de la mañana y los demás miembros del grupo preferían seguir acurrucados durmiendo y esperar antes de comenzar su rutinaria vida. Ugu Tah se levantó antes que los demás porque un impulso lo motivaba en ese preciso día a hacer una caminata al cercano lago.
Con el hueso en la boca, Ugu Tah llegó al lago y sin pensar dos veces se sentó en la orilla y luego se acostó sobre la fresca hierba. Chupó el hueso y cuando ya no podía estar más blanco, tuvo el impulso natural de arrojarlo como hacía con los desperdicios. Esta vez, su mano derecha se rehusó a deshacerse de aquél objeto que estaba apenas a segundos de convertirse en un instrumento diferente a los que en la caverna ya tenían: cuchillos, anzuelos, lanzas, peines, adornos, amuletos, etc.
Aún acostado y mirando un cielo azul que empezaba a tiznarse con la ceniza del volcán, Ugu Tah sin pensarlo, empezó a golpear el hueso contra el suelo. Primero fue un toh, segundo otro toh, luego de unos segundos un tercer toh y casi sin esperar vino el cuarto toh. Esos golpes se espaciaban unos de otros sin una medida exacta de tiempo. En ese momento Ugu Tah detuvo el golpeteo. De alguna forma el cielo desapareció, no había retumbos del volcán, la hierba no se sentí húmeda y los insectos de la orilla del lago ya no hacían ruido. En la mente de Ugu Tah solamente se escuchaba toh, toh, toh, toh, toh.
De nuevo Ugu Tah golpeó con el hueso y con toda la intención del mundo quiso que los dos primeros toh fueran seguidos, el tercero pausado y el cuarto junto con el quinto muy seguidos. Se dio cuenta que con el mismo hueso y en el mismo suelo, con golpes espaciados unos y seguidos otros, no sonaban como en la primera serie accidental.
Ugu Tah tragó saliva un poco asombrado por lo que estaba haciendo y decidió nuevamente golpear pero esta vez aumentó tres toh más y espaciando el primero, el tercero y el quinto toh. Se incorporó. Estaba emocionado y con muchas ganas de continuar con sus golpes de hueso sobre la hierba y aumentar los toh y espaciarlos creando un ritmo que en la naturaleza no había escuchado nunca antes. Probando y probando, Ugu Tah decidió repetir sus series de tohs y se dio cuenta que era capaz de hacerlo. Su rostro aburrido cuando llegó al lago no se parecía al rostro lleno de emoción que tenía ahora y con algo que entre sus labios parecía una sonrisa a punto de nacer.
Sin decir nada a nadie, Ugu Tah regresó a la caverna cuando ya comenzaba a oscurecer aunque en el fondo del horizonte el volcán teñía de rojos y naranjas el cielo, sus laderas y la parte de la planicie a sus pies.
Esa noche, en la cabeza de Ugu Tah solamente había golpes de hueso sobre la hierba.
A la mañana siguiente, Ugu Tah volvió al lago y probó con el mismo hueso sus golpes sobre la hierba. Repitió series, aumentó otras y de pronto, en medio de su entusiasmo, el hueso escapó de sus manos chocando con una piedra que le dio ya no un toh sino un tac. ¡Vaya sorpresa! Ugu Tah tenía tohs y tacs para seguir creando y mientras golpeaba alternadamente hierba y piedra, en su mente se abrieron muchas posibilidades para golpear troncos huecos, frutos de corteza dura, carcasas de animales muertos y todo lo que le diera más de tohs y tacs.
Fue Ugu Tah quien, en medio de un territorio salvaje con recursos apenas para sobrevivir, había conseguido algo que le cambiaría la vida a todo el género humano al escuchar golpes con lo que ahora son instrumentos musicales que nos hacen vibrar como si a los pies existiera un volcán o que nos relajan como si estuviéramos sentados al borde de un lago quieto o que nos hacen soñar como oyendo un coro de grillos en medio de la noche. La música cambió la vida a los hombres y hoy nos reúne en celebraciones, nos aparta de todo y todos cuando nos hace recordar tristezas o nos da la fuerza y energía para luchar y sobreponernos a las dificultades a veces cuando nadie nos acompaña y sólo ella está a nuestro lado.
La música fue hecha con un objetivo superior, darle al hombre la posibilidad de volar sin despegar del suelo.
Yo Misma says
Precioso. Me encanta
Ana Tere says
Gracias Cristina