– Por Luis Carlos Palazuelos
Uno de los secretos mejor guardados de mi abuela es: el origen del dinero con el que ella nos daba los regalos de cumpleaños. Mi abuela regalaba dinero. Ella no compraba regalos. No salía a la calle o a las tiendas o al mercado a buscar presentes. Ella tenía siempre un billete como regalo.
Sin embargo, no es lo mismo sacar un billete de la cartera, de la billetera o del monedero y entregarlo a la vista de todos con un beso, una palmadita o un abrazo tibio y prolongado para desear un feliz cumpleaños, que el tenerlo muy oculto en algún sitio del abrigo. Al llegar a la celebración, mi abuela ya tenía el billete escondido en el fondo oscuro del bolsillo del sobretodo hecho de paño poco fino. Además, no solamente iba escondido sino enrollado con premeditación, con paciencia de dedos suaves y tranquilos que antes de salir de casa cumplían con el mismo
ritual de envolver un regalo.
Luego, el ritual continuaba porque seguido al abrazo y a las palabras cariñosas de la ocasión, ella metía la mano al bolsillo con mucho disimulo, extraía el billete y con un apretón de manos me clavaba el billete en la palma de la mano y yo con el mismo sigilo lo guardaba en mi propio bolsillo. Su billete envuelto se quedaba en mi pantalón durante toda la fiesta como en la bóveda de un banco, protegido, pero sin ganar intereses. En algún momento, la mano entraba en ese otro recinto oscuro que ahora no estaba vacío porque el billete compartía espacio con una o dos canicas, un chicle sabor a fresa, el boleto usado del colectivo, una liga para disparar cáscaras de mandarina y hasta trozos de galletas.
Al verlo, no era preciso desenrollar el billete porque su color lo decía todo, se sabía el valor por el color. El sigilo con el que ella entregaba el regalo era tal que ni el más detallista de los observadores se daba cuenta de lo que salía de un bolsillo y entraba en otro.
Al escribir sobre esta anécdota, una pregunta me viene a la cabeza: ¿de dónde venía el dinero que mi abuela nos regalaba a los veinticinco nietos en los cumpleaños? Ella no estaba jubilada. No tenía pensión. A veces vendía plantitas que ella misma sembraba en latas vacías de leche en polvo o ropa para bebé que tejía por encargo. Mi abuelo le daba el dinero justo para comprar alimentos y a veces para la lana de sus tejidos. Pienso entonces que, durante el año, ella pellizcaba de todo lado para reunir el dinero para regalar.
No tengo el deseo de resolver el misterio. Para mí, mi abuela incondicionalmente ahorraba de donde pudiera para no fallarle a ningún nieto en su cumpleaños. Sus regalos no eran finos ni importados, eran resultado de su sacrificio y de su profundo amor y eso, eso no es un secreto.
– Creer en ti… y en mí
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