– Por Creer en ti… y en mí
«Un día, paseando por el campo, tuve que buscar refugio en cuanto se vino un aguacero fuerte y prolongado.
Llegué a un granero que estaba cerrado con llave. Mi única opción fue encontrar cobijo bajo el alero que dicho galpón tenía.
Mientras la lluvia subía de intensidad, me di cuenta que a un metro de donde yo estaba, había un gran hormiguero y seguramente antes de que comenzara a llover, las hormigas ya estaban preparándose para la lluvia. El descenso o ascenso de temperaturas del ambiente, son indicadores para muchos animales e insectos, de las condiciones climatológicas. Su supervivencia depende de estar preparados para fenómenos naturales que los afectan de gran manera.
Muchas hormigas estaban todavía fuera del hormiguero cuando la lluvia arreciaba. Su prisa por encontrar refugio y proteger el nido era notoria. A medida que caían gordas gotas de agua, primero el sendero por el cual las hormigas transitaban fue borrado y luego el mismo nido con un cono alto de tierra fue perdiendo altura hasta casi desaparecer por completo. Imagino también que el hueco por el cual las hormigas entraban y salían del nido tuvo que inundarse y así muchas cámaras subterráneas donde tienen los huevos y donde habita necesariamente la reina.
Yo estaba seca, bajo techo y muy entretenida observando lo que para las hormigas era una tragedia.
Poco a poco la lluvia fue amainando hasta detenerse. La tierra mojada me regalaba ese característico olor que a muchos nos agrada. Las plantas tenían un verde intenso, los pájaros que seguramente escondidos en el aguacero no se hacían notar, comenzaron no solamente a revolotear sino a cantar. Todo parecía como renovado y más alegre.
Esa alegría inicial que yo podía experimentar porque mi paseo continuaría o porque no termine empapada, quedó enmudecida al fijarme el daño causado por la lluvia en el nido de hormigas que ocupó mi atención durante el aguacero.
Allí había un gran desastre. El caminito borrado, la torre que era como un copete del nido no existía más. Se notaban algunas hormigas ahogadas o mínimamente inmóviles en la superficie de lo que era su casa y mucho lodo en derredor.
Lo primero que pensé es que todo había terminado para ese nido de hormigas.
Pude haberme marchado pero por un extraño motivo me quedé unos instantes más. De pronto, pude ver unas hormigas saliendo del nido y luego otras más y más tarde, muchas. Era al principio como si ellas hicieran un reconocimiento de las condiciones en las que había quedado el terreno, un inventario de los daños y un conteo de los caídos porque las que no sobrevivieron fueron recogidas y cargadas al interior del nido.
Cuando todo era una mancha negra compacta que se movía, entre todas esas pequeñas hormiguitas surgió una hormiga enorme de grandes alas que giraba como viendo para todo lado, viendo como hace una madre a todos sus hijos. Era la hormiga reina del nido.
Imaginé a la reina dando órdenes, calmando a la colonia y tomando decisiones urgentes para recomponer lo que hasta ese momento era su casa, su refugio, su morada.
Cuando la reina volvió a ingresar al nido, las hormigas reanudaron su rutina: unas sacando tierra del nido, otras abriendo sendero y las más valerosas comandando grupos de buscadoras de alimento para sus larvas.
Era como si todo comenzara de nuevo. De hecho todo comenzaba de nuevo. A pesar de la destrucción, del daño, de la muerte, de la tragedia, las hormigas recomenzaban la vida y lo hacían bajo un sol esplendoroso que hizo escapar a las negras nubes de tormenta que subiendo por las montañas se iban perdiendo por el horizonte.
En la vida nos pasa lo mismo a nosotros, desde los nubarrones oscuros que amenazan nuestra tranquilidad, aguaceros de problemas, destrucción de nuestros proyectos, enfermedad y muerte. A todos nos pasa pero no a todos nos nace nuevamente el sol. Muchas veces seguimos en el reconteo de los daños, muchas veces quedamos anonadados ante el desastre pero no atinamos a nada, otras veces nos falta esa voz que nos oriente y nos señale nuevamente el camino y muchas veces nuestro espíritu y nuestras cabezas quedan por el suelo sin ver que arriba el sol brilla de nuevo.
Recomenzar es la clave. Ante el daño, ante el dolor, ante la pérdida debemos ser capaces de ver el sol que nos alumbra porque el sol siempre sale y se muestra a quienes quieren ver para arriba.»
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